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El damero maldito de Plaza de Castilla

26 abril 2004 · 4:16 PM

La pomposamente titulada ?Sede General de los Juzgados? de Madrid es un edificio de arquitectura preconstitucional, interiores laberínticos y estampa siniestra. Quienes prácticamente a diario accedemos a su ruidosa panza, y pululamos por el hormiguero de los negociados y secretarías, esquivando el oleaje de gente por las escaleras y corredores, las montañas de papel atadas con cordel apiladas por las esquinas, y las columnas horizontales de humo de miles de cigarrillos que impiden ver los escasos carteles que prohíben su consumo, compartimos uno solo objetivo: salir de allí cuanto antes.

No hay nadie que vaya al inmueble de Plaza de Castilla por gusto. Ni los funcionarios, ni los jueces, ni los abogados ni, por comprensibles motivos, los justiciables. Nadie. Es el entorno de trabajo más sórdido y desagradable de toda la ciudad. Bastante peor que el vertedero de Valdemingómez. Por encima del complejo sobrevuela una sensación de abandono, de incuria, de desastre organizativo, de retraso sideral. Y por debajo, en los sótanos, donde el reloj parece haberse parado en la época de la transición, se encuentran, sepultados bajo toneladas de documentación, ladrillo y desidia, las dependencias cuyo nombre sólo evoca en toda su crudeza el poder coercitivo del Estado sobre el individuo: los calabozos. A pesar de unos recientes arreglos, las salas donde esperan los detenidos a responder ante la Justicia recuerdan más a una mazmorra medieval o a una checa de la guerra civil que a un establecimiento penitenciario de un país moderno, occidental y garantista. Las paredes están desconchadas, el gres parece prejurásico, la oscuridad es gratuita.

El proyecto de traslado de los juzgados a una nueva y rutilante Ciudad de la Justicia se ha parado de nuevo. Tendremos que esperar otra vez. Esperar, esperar, esperar. No importa, estamos acostumbrados. Otra cosa que tenemos en común los habituales de Plaza de Castilla es nuestra habilidad para esperar, y esperar juntos en el pasillo, mezclados los letrados con los funcionarios, las víctimas con los agresores, los declarantes con los testigos, los fumadores activos con los pasivos, como en un arca de Noé civil y mundana.

La señalización es lo más llamativo: carteles que anuncian juzgados que ya no existen, folios manuscritos con todo género de prohibiciones y admoniciones (?No se permiten ver los autos?, ?Apaguen los móviles?, ?No se hacen fotocopias?), negaciones existenciales (?Esto no es Información?, ?Esto no es el Juzgado nº 41?), enigmas profundos (?Oficina de A.D.V.V.M.?), ecos de guerra (?Destacamento de Fiscalía?), direcciones hacia todas partes y hacia ninguna (?El juzgado nº 23 por la otra puerta?, ?Ejecutorias por aquí?, ?Reparto penal al otro pasillo?) y así, flecha a flecha, cartelito a cartelito, hasta el caos.

Me permito sugerir una solución para este edificio una vez se trasladen los juzgados a un inmueble más propio del siglo que corremos. Toda reforma o remodelación es inútil. Solo cabe su completa y definitiva destrucción mediante explosivos, ex radice, desde los garajes hasta la última planta. Y por favor, llámenme para verlo. Esperaré todo lo que haga falta.


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