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La tradición anglosajona cuenta que una mujer, allá por 1445, se distraía el Martes de Carnaval cocinando panqueques, un plato muy útil pues daba cuenta de todos los huevos, manteca y leche que había por la casa y que quedaban vedados durante la inminente cuaresma. (Por cierto, que de ahí proviene la expresión francesa Mardi Gras, ‘Martes Grasiento’). De pronto escuchó las campanadas de la parroquia, se dio cuenta de que llegaba tarde a misa, y salió corriendo por la calle con la sartén aún en la mano y con el mandil puesto. Desde entonces se celebra la ‘carrera de los panqueques’, en la que los concursantes deben correr por un cirtuito del pueblo volteando estos dulces, sartén en ristre, y ataviados con un mandil y una bufanda.
A lo que íbamos. Los organizadores han decidido cancelar una de las más antiguas, la que protagonizan los niños todos los años en la localidad británica de Ripon, en North Yorkshire, y ello ante la insalvable montaña de trámites legales y requisitos de prevención de riesgos que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo. Las compañías de seguros exigían valoraciones de riesgos de resbalón sobre los adoquines, el ayuntamiento requería múltiples licencias, las ordenanzas obligaban al pago de numerosas tasas por la ocupación privativa del dominio público, etc.
He aquí un buen ejemplo de cómo la hiperregulación puede acabar asfixiando la propia actividad que pretende regular, aunque sea tan inocente como una carrera popular. Y no es un problema solo de Occidente. Leemos que la cerveza sin alcohol está prohibida por el Islam puesto que, según el líder religioso del Consejo Islámico de Singapur, se bebe como alternativa a algo que está prohibido (la cerveza con alcohol), y ello en virtud de la "jurisprudencia islámica de cerrar las puertas a la transgresión".
Al hilo de esto, me permito un vaticinio aplicable a nuestro país. Si las corridas de toros, las Fallas o los Sanfermines acaban desapareciendo, no será debido a la presión de los grupos antitaurinos o las asociaciones anti-ruido, sino ahogados por la marea regulatoria que no para de crecer, proveniente de los tres mares normativos que nos rodean (local, autonómico y estatal), y por el burocratismo rampante del legislador, que es aquí uno y trino.
Y eso sin contar la normativa comunitaria: ¿qué fue del compromiso asumido por el Consejo Europeo en marzo de 2007 de reducir la carga burocrática sobre el ciudadano en un 25% antes de 2012? Pardiez, ¡pero si ya ni siquiera se puede correr con una sartén por la calle!
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