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La Justicia española, inmersa en un colapso organizativo de dimensiones siderales, es como un bebé abandonado a la puerta de un hospicio. La criatura vive, respira, existe, pero no tiene padre ni madre. Mejor dicho, tiene padres pero éstos renuncian a serlo. Así, los males que afligen al sistema judicial son muchos, pero nadie reconoce directamente su paternidad. Ni siquiera los principales responsables del párvulo abandonado, que son los jueces y magistrados, por la parte que les toca.
Allá va el alfilerazo del día. Esta misma mañana hay un buen número de jueces que en lugar de estar en su puesto de trabajo, redactando sentencias, dirigiendo juicios, y resolviendo en definitiva los miles de asuntos que se acumulan en sus escritorios, están impartiendo clases en másters, cursos, cursillos, paneles, jornadas y mesas redondas, cuadradas y triangulares de todos los colores, organizadas por centros públicos y privados de toda clase.
Cierto es que la normativa permite a los miembros de la Carrera Judicial compatibilizar su cargo con el ejercicio de la docencia. Así lo autoriza el art. 263 del Reglamento 1/1995, de 7 de junio, de la Carrera Judicial.
Pero el sentido común dice que los jueces y magistrados no pueden dedicarse a actividades ajenas a su labor que deban desarrollarse en el horario de ésta. Y no solo el sentido común. También lo establece el articulo 265 del citado reglamento, con meridiana, prístina y cristalina claridad:
“Sólo se autorizarán compatibilidades para actividades que deban desarrollarse a partir de las quince horas.”
Este precepto, que entiende hasta mi hija (que no ha cumplido aún los dos añitos), resulta de difícil comprensión para los máximos exegetas de la ley, los llamados a interpretarla todos los días. Consultando al azar un programa cualquiera de los cursos que organiza el Colegio de Abogados de Madrid, y revisando el plantel de profesores (pdf) comprobamos que en horario de 10 a 14 horas intervendrán magistrados responsables de un Juzgado de lo Penal, una Sección de la Audiencia Nacional, un Juzgado de Violencia sobre la Mujer, una sección de la Audiencia Provincial y un Juzgado de Instrucción, entre otros.
Por supuesto que la mayoría de los jueces acuden puntualmente a su trabajo y se dedican esforzadamente a juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, como ordena la ley, en una labor callada y pocas veces reconocida, y que muchos incluso se llevan los expedientes a casa para seguir trabajando por las tardes. Y desde luego que los abogados y otros profesionales también contribuimos al caos en no pocas ocasiones. Por otro lado, tengo buenos amigos jueces, muy diligentes y profesionales, etcétera, etcétera. Pero no es a éstos a quienes me refiero.
Me refiero a los magistrados que denuncian que las administraciones públicas desatienden las “seculares peticiones” de aumento del número de juzgados, y al mismo tiempo están cogiendo el abrigo para salir escopetados, en plena mañana, a impartir el cursillo de turno.
- ¿Qué hay de mi asunto, señoría? ¿Dónde va tan rápido?
- ¡Es que llego tarde a clase!
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