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El sagacísimo Sevach plantea un curioso dilema zoológico-jurídico:
Recientemente ha sido noticia en un Juzgado mercantil americano, en Atlanta, la habilidad del Juez para detectar en los expedientes de su despacho la presencia de huellas, mordisqueos y excrementos de un mapache, tomando medidas contundentes al respecto. El mismo caso en España nunca se plantearía. ¿Cree usted que un juez español podría detectar la presencia de un mapache ( o un castizo roedor) en los autos judiciales y tomar medidas para su captura?
El propio Sevach ofrece hasta trece ingeniosas respuestas. Allá va mi aportación, lo más realista posible dada la situación de la Justicia española.
El juez llama al ratón a declarar como imputado por un delito contra la administración de justicia. El roedor se muda de ratonera y el juzgado le cita vía exhorto a través del juzgado decano de su localidad. De éste pasa a un Juzgado de Instrucción, donde el asunto cae en la abarrotada mesa de un funcionario interino que, cuando va a tramitar el exhorto, cae enfermo y causa baja.
Justo cuando va a ser sustituido, meses después, regresa el funcionario titular y se encuentra con centenares de exhortos sin cumplimentar sobre su mesa. Por fin comparece el ratón ante el juzgado pero, cuando va a iniciarse la declaración, el fiscal se ausenta para atender asuntos más urgentes (una estafa inmobiliaria entre hormigas), y se suspende el acto.
Semanas después se intenta de nuevo, comparece el roedor pero hete aquí que el exhorto viene redactado en una lengua cooficial en el juzgado exhortante pero no oficial en el juzgado exhortado, de modo que ante la falta de traductores se decide devolver el exhorto y solicitar que se envíe de nuevo en la lengua común.
Tras diversas peripecias procesales, el ratón por fin declara y el asunto pasa a otro tribunal, en este caso al Juzgado de lo Penal, que señala juicio para vaios meses después. La vista se suspende en varias ocasiones por incomparecencia de testigos y citaciones mal realizadas.
El juez dicta sentencia, considerando probados los hechos pero absolviendo finalmente al ratón por prescripción del delito dado el tiempo transcurrido. El fiscal recurre, los autos se elevan a la Audiencia Provincial, que revoca la sentencia y dicta otra condenatoria. El abogado del ratón recurre al Tribunal Supremo y posteriormente al Tribunal Constitucional, y finalmente el ratón es condenado a una pena de prisión. Toda vez que el reo ya está plenamente reinsertado en la sociedad ratonil, su abogado pide el indulto, que llega tiempo después cuando su cliente ya ha fallecido, exhausto tras catorce años de pleiteo.
Dicen que al pronunciar sus últimas palabras nuestro atribulado roedor emuló al coronel Kurtz: “El horror, el horror…”
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