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Qué grato sabor de venganza, qué cruel regocijo le entra uno cada vez que ve este vídeo. Un juez tiene que cumplir un rito tan simple como leer en voz alta un sencillísimo texto jurídico para que otro señor lo repita frase a frase.
Mi hija de dos años y medio puede hacerlo muy bien. En cambio, el presidente del Tribunal Supremo de la nación más poderosa de la tierra, en un momento crucial y ante la mirada de centenares de millones de personas del orbe entero, la pifia bien pifiada. Lo intentó de memoria, falló con el texto, intentó rectificar, obligó al otro a hacer una comprensiva pausa, en fin, la lió parda.
Esta situación, realmente cómica, nos sirve de ánimo a quienes tenemos que enfrentarnos a menudo a la tarea de persuadir oralmente a los jueces en vistas y juicios. Ellos nos escuchan, o fingen hacerlo, con semblante imperturbable y solo abren la boca para musitar un breve “visto para sentencia”. Somos los abogados los que hablamos, nos equivocamos, y a menudo no damos pie con bola al defender asuntos difíciles.
Para una ocasión en que un juez tiene que hablar en público, con irrepetible ocasión para lucirse ante una audiencia planetaria, va y se le traba la lengua. Y para mayor delectación, ¡ante un conocido abogado!
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