En más de una ocasión me ha tocado acudir al aeropuerto de Barajas a asistir a algún extranjero a quien la policía española deniega la entrada en frontera y que, en el 99% de los casos, es devuelto a su país en el siguiente vuelo, porque el agente de turno sospecha que su intención no es hacer turismo sino quedarse definitivamente en España. Al formularles preguntas sencillas, muchos no aciertan con las respuestas adecuadas, a qué hotel vienen, si Madrid tiene mar, cómo se llama el congreso al que supuestamente vienen, etc.

En quince minutos, un proyecto vital y el dinero penosamente reunido para comprar el billete, se esfuman por "no reunir el requisito de presentar los documentos que justifiquen el objeto y las condiciones de la estancia prevista", que es el motivo más habitual de denegación de entrada. Un concepto tan amplio como abierto a la discrecionalidad y por tanto, a la arbitrariedad. Al abogado solo le queda formular un recurso sin contenido real, puesto que la resolución llega cuando hace meses que el extranjero lleva rumiando su pena en su país de origen.

No es menos cierto que algunos extranjeros que abrigan la oculta intención de venir a trabajar y no de paseo turístico podrían ponerle, digamos, un poquito de interés a la hora de armar el cuento.

Uno que no se molestó demasiado en trabajarse la historia fue este cocinero mexicano cuyo viaje a Europa terminó en el aeropuerto de Manchester. Decía venir de visita, pero cuando los policías de inmigración registraron su maleta, encontraron una tarjeta de felicitación de un amigo que le deseaba "buena suerte en su nueva vida en Inglaterra", además de un libro de recetas mexicanas. La paradoja: quien le deseaba buena suerte le trajo justo la contraria.



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