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Medidas antimonopolio y plagas de conejos

Foto: Halans en Flickr, con licencia CC

El nombre de Google aparece cada vez más en noticias relacionadas con el Derecho de la Competencia. Lo que comenzó con un proyecto de dos estudiantes de doctorado se ha convertido en un inmenso pulpo corporativo con tentáculos planetarios que abarcan toda la actividad del internauta: correo electrónico, comunicaciones, telefonía, mapas y mil artefactos cibernéticos que nos hacen la vida más fácil, pero en algunos campos empiezan a amenazar la libre competencia.

El último aviso viene de la mano de su archirival Microsoft, en el marco de su defensa ante una propuesta de la Comisión Europea que le obligará eventualmente a instalar  navegadores distintos al Internet Explorer en su sistema operativo Windows. Microsoft alega que tal exigencia solo servirá para potenciar la posición de dominio de Google en el mercado publicitario de las búsquedas por Internet. Al argumento no le falta razón: cuando el usuario hace una búsqueda en Firefox o Opera, el navegador utiliza por defecto el buscador de Google. Estos navegadores obtienen el grueso de sus ingresos de las comisiones que cobran por dirigir tráfico al buscador de Google. Y no digamos si se trata de Chrome, el navegador propio de la casa.

Hace poco hablábamos de las consecuencias perversas de algunas normas, que se dictan con fines piadosos pero generan sin querer resultados nocivos.  Si las autoridades europeas obligan a Microsoft a incluir de serie también los navegadores de la competencia, habrán ganado una trinchera más en su guerra contra un monopolio (el de Windows), pero por el camino estarán contribuyendo a crear otro.

No se trata de buenas intenciones. También las tenían los ingleses que llegaron a Australia en el siglo XIX con siete parejas de conejos. Los animales se reprodujeron tan explosivamente que casi convirtieron la isla en un desierto. Hubo incluso que inventar una enfermedad artificial, la mixomatosis, para combatir la plaga. Y la mixomatosis generó a su vez otra consecuencia imprevista: la decadencia de otros animales, algunos emblemáticos de nuestro país como el lince ibérico o el águila imperial. Cuidado con las leyes antimonopolio, que las carga el diablo.



Por javier muñoz, 11 May 2009
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