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Cómo no llevarse las contraseñas a la tumba

02 febrero 2004 · 2:20 PM

En palabras de Marcel Duchamp, siempre son los demás los que se mueren. Por eso, cuesta hacer previsiones que vayan más allá del día fatídico, pues, como decía Cela hablando de la muerte, jamás llegamos a creer que vaya con nosotros, algún día, su cruel designio.

La forma más habitual de retratarse ante la muerte es el testamento, que los abogados solemos redactar y los notarios autorizar, donde el causante dispone acerca del futuro de sus bienes, las cuentas corrientes, el piso, la casita de la playa, etc.

Pero, ¿qué ocurre si tras el óbito (que llegar, llega) la información sobre el patrimonio, los derechos o las deudas del fallecido está almacenada en su ordenador o en Internet, y está, además, protegida por contraseñas que solo el finado conocía?

Una de dos: o el testador nos deja una lista de contraseñas en papel junto con su testamento (o como parte del mismo) o acude a "Mi Último Emilio", My Last E-Mail, un curioso sitio web que envía correos almacenados a las personas que quiera el usuario una vez éste haya partido al otro mundo. Suena pelín morboso, pero en la era en que nuestra información vital está cada vez más en formato digital, dispersa por Internet y protegida por diversas contraseñas (o una sola, como pretende Microsoft con su Net Passport, o sus competidores de la 'Alianza por la Libertad'), el servicio puede resultar de lo más útil.


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