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¿Quién dijo que las demandas de responsabilidad civil por cuantías descomunales y conceptos absurdos (ya saben, me resbalé con una cáscara de plátano y exijo una compensación de mil millones al dueño de la frutería) son una extravagancia norteamericana, un producto típico del sistema legal estadounidense?
Pues yerra de medio a medio. Aquí en la razonable y moderada Europa, donde los abogados no van persiguiendo ambulancias, también tenemos nuestra ración de litigiosidad delirante.
Un trastornado mató hace algunos veranos a un pasajero de un tranvía en Oslo y hirió a otros cuatro con un cuchillo jamonero. Tuvo su día de furia. El tipo estaba en tratamiento psiquiátrico en el hospital universitario de Ullevål, cuyos responsables le habían dado el alta sin demasiado miramiento y no poca ligereza. Pues bien, el centro acaba de ser demandado ante un tribunal noruego por la negligencia que supone dejar suelto a un enfermo mental peligroso.
Pero, y aquí viene lo bueno, adivinen quién es el demandante. Exacto. El propio homicida reclama ahora un resarcimiento por el daño moral que le produce andar por ahí sabiendo que un tiempo atrás mandó a un congénere al otro mundo. Y ese cargo de conciencia hay que pagarlo, oiga.
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