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Decía Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. Esta historia es del año pasado, pero es tan estupefaciente que no podemos dejarla pasar así como así.
Un tribunal de Ámsterdam ha rechazado la demanda de una ciudadana, de nombre Helene de Gier, que reclamaba una indemnización por el daño emocional sufrido por no haber ganado la Lotería nacional holandesa. Este premio se reparte entre los residentes que compran el boleto y viven en el código postal que se elige por sorteo cada semana.
Pues bien, según la demandante, el hecho de siete de sus vecinos de calle obtuvieran catorce millones de euros cada uno, sin que a ella le tocase un mísero céntimo, y que los afortunados le “restregasen” su dicha paseándose con sus nuevos coches de lujo por su puerta, le ha causado un trauma que, cómo no, debe ser resarcido económicamente por el organismo organizador del premio.
Para mayor intrepidez jurídica, resulta que la buena señora ni siquiera había comprado un billete para el sorteo.
El argumento de los jueces es tan obvio que parece de cuchufleta. Se desestima la reclamación judicial porque, en caso contrario, cualquiera que no participe en una lotería o juego de azar de cualquier tipo, una vez conocido el resultado, podría reclamar daños y perjuicios por el trauma causado por no haber ganado.
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