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No hace falta ser jurista para saber qué es un hurto, y que está muy feo llevarse cosas de las tiendas sin pasar por la caja. Pero las modas lo complican todo, y ahora nos encontramos con el acto inverso, que llamaremos aquí retrohurto.
El shopdropping o droplifting, que así se denomina tan pintoresca afición en inglés, consiste en dejar cosas en los estantes del comercio, con fines tan diversos como extravagantes. Algunos lo practican como una forma de arte urbano. Hay músicos incomprendidos que colocan su disco en las estanterías de grandes éxitos, y otros sitúan artículos de mofa o de protesta, colocando etiquetas de aviso sobre artículos que consideran peligrosos.
El problema surge cuando algún retroladrón es sorprendido in fraganti, llega la policía, y el agente de turno se hace la pregunta inevitable: ¿Y a éste cómo lo empapelo yo ahora? ¿por un delito de daños? ¿por desorden público? Desde luego, por hurto, no.
Seguramente se trate de una conducta de las llamadas atípicas en derecho penal, o de las pertenecientes a la categoría de la tentativa inidónea por imposibilidad de ejecución o inexistencia del objeto, lo que nos llevaría a una discusión acerca del delito imposible, la inidoneidad relativa, etc., conceptos todos que, como se ve, son muy amenos e idóneos para cualquier discusión de barra de bar en plena canícula.
En todo caso, los activistas ya han conseguido su primer objetivo: crear confusión y llamar la atención sobre su causa. Ojo, que como todo grupo contracultural que se precie, está bien organizado, y cuenta incluso con su plataforma digital, con interesantes soflamas y consejos para el próximo ataque.
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