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Como todo el mundo sabe ya gracias a los autos del juez Garzón, la responsabilidad penal se extingue con el fallecimiento. Pero siempre tiene que haber algún aprovechado, como este brasileño que ha esperado a morir para cometer parricidio.
Una vez fallecido, se introdujo, mejor dicho, fue introducido en un ataúd y, en el trayecto al cementerio a bordo del coche fúnebre, aprovechó un volantazo del conductor y el consiguiente desplazamiento del féretro para impactar contra su viuda, que a la sazón viajaba en el asiento del copiloto, causándole la muerte (a ella también). Decía Jardiel Poncela que la muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas. ¡Qué poco le ha durado tan seductor estado civil a Marciana da Silva Barcelos, que así se llamaba la pobre señora!
Estamos pues, amigos, ante el asesinato perfecto: el parricida no sufre riesgo corporal alguno, pues ya está muerto, y además queda impune penalmente. Ni al mejor Hitchcock se le hubiese ocurrido. Para más inri (con perdón), si la buena mujer desea ahora litigar contra su marido ante algún tribunal celestial, no encontrará letrado que la asista, puesto que como es notorio, los abogados estamos todos asignados en el lado del infierno.
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