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Es cierto que muchas veces - y aquí los abogados somos los principales culpables- un caso no hay por dónde cogerlo y hay que echarle mucha, pero mucha, imaginación. Veamos un preclaro ejemplo, que encontramos en Lowering the Bar.
Una señora solicita una pensión de incapacidad a la Seguridad Social alemana. Días después el organismo competente le requiere por carta una serie de documentos para seguir adelante con el expediente, pero la buena mujer rechaza todas las notificaciones que le trae el cartero. Finalmente, ante el silencio de la solicitante, la administración deniega la solicitud. La buena mujer presenta un recurso judicial alegando, agárrense, que sufre “fobia a la correspondencia oficial".
El tribunal, con recto criterio, ha rechazado el recurso. Qué lástima. Hubiera abierto la puerta a argüir toda clase de fobias como fundamento de intrépidos recursos. Buscando por ahí veo que efectivamente existe una fobia al papeleo, denominada, claro, papirofobia.
Los diccionarios de fobias contienen verdaderas perlas que emociona descubrir. Resulta que hay una dolencia de nombre igualmente sonoro, pero mucho más extendida, especialmente entre la clase política española: ¡La diquefobia!
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