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Este apuesto mozalbete, al que vemos abriendo los ojos por primera vez al mundo, es el culpable de mi ausencia en este blog desde hace unos cuantos días. Su nombre, oportunamente elegido por su hermanita, es Alejandro, y ha traído una nevada histórica, un pan debajo del brazo en forma de bonificaciones fiscales y, sobre todo, la alegría (y las ojeras) que solo conocéis los que habéis sido padres alguna vez.
Muchas gracias por vuestras felicitaciones, muchas de las cuales me han llegado a través de Twitter y Facebook. Como se ve, Alejandro es desde el primer día un auténtico nativo digital. (Tratándose de mi segundo vástago, ¿deberé llamarle Hijo 2.0?).
Según Stendhal, un hijo es un acreedor dado por la naturaleza. A mí me gustaría decirle aquello de “algún día, hijo mío, todo esto será tuyo, recibirás un imperio, etc.”, pero dada la coyuntura económica, me temo que solo heredará un préstamo hipotecario y unos cuantos ordenadores escacharrados. Pero los dioses me han asegurado en un chat privado que le irá bien, muy bien en este viaje.
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