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Llevo una década utilizando IBM ViaVoice, mi fiel programa de reconocimiento de voz que, en versión prehistórica, me acompaña de ordenador en ordenador allá por donde voy. Tiene una curiosa ventaja: cuando termino de dictarle un texto, mi viejo amigo electrónico se dedica un rato a procesar mi voz, de modo que en la siguiente sesión me entiende un poco mejor. Cada vez que jubilo un equipo, saco mi voz del equipo y la traslado al siguiente. Fascinante una y otra vez.
El programita y yo tenemos tal grado de compenetración, nos entendemos tan bien que formamos una pareja indisoluble. Me escucha, me entiende, no protesta. No me lleva la contraria. Me respeta. No solo escucha pacientemente todas mis sandeces, sino que además las pone por escrito. Con él me siento como un dictador, valga el juego de palabras, de mi propia república bananera. Lo siento por la raza humana, pero no puede competir con mi ViaVoice.
Esta mañana le he dejado un rato solito, con el altavoz desconectado, de modo que solo podía oír los ruidos internos del ordenador, es decir, escucharse a sí mismo, y cuando he regresado a la pantalla, he leído esto:
Deja a déjala deja de denuncia el deja de deja de deja deja de deja deja de jarro de Jaén a jarro de Jaén Nerja jauja de de a déjalo lonja Jaén deja de de de de la deja deja de de Berja el de la verja de la deuda verja de que deba de Jaén jaez jadeo jarro a Jaén deja Jaime de Jaén jarro de Jaén Jaén e jade verja del jardín de de la lonja de de Jaén el jarrete de Jaén en Jaén o verja jade Adaja de de ajá el jadear de dejar en raja en Jaén no de lonja laja de rodaja de Nerja de Japón.
La edad no perdona, y me temo que a mi devoto ViaVoice tampoco. ¿Se estará volviendo gagá? ¿Está pensando en fugarse a Jaén? ¿Se ha apuntado a un taller de surrealismo literario?
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