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El pasado sábado el autor de estas líneas, mientras sesteaba en una sencilla hamaca, disfrutando del arrullo de la brisa marina y del sordo rumor de las olas que acariciaban la playa del Puerto de Santa María, recordaba los versos de su hijo más célebre, Rafael Alberti, en Marinero en tierra: “Si mi voz muriera en tierra, / llevadla al nivel del mar / y dejadla en la ribera./ Llevadla al nivel del mar / y nombradla capitana / de un blanco bajel de guerra…”
De pronto, una enorme furgoneta irrumpió en el paseo marítimo con los altavoces a a tope, berreando algo parecido a esto (con perdón por las mayúsculas):
“ATENCIÓN, SEÑORA. HA LLEGADO EL TAPICERO. EEEEEL TAPICERO. TAPIZAMOS SILLONES, SILLAS, SOFÁS, DESCALZADORAS, Y TODA CLASE DE MUEBLES EN SU PROPIO DOMICILIO. TAPIZAMOS EN ESCAY, POLIPIEL, CRETONA, PANA, ETC. ETC.”
Adiós momento poético, adiós merecido asueto. Mientras musitaba algunas maldiciones aquí irreproducibles, me asaltaron algunas reflexiones, entreveradas con ciertas ideas homicidas.
La venta ambulante en la calle con estruendosos sistemas de megafonía supone una falta de respeto al ciudadano y al medioambiente, constituye una clara competencia desleal con otros comerciantes que tienen vedados medios tan agresivos de promoción, vulnera la normativa municipal, contribuye al deterioro urbano y da imagen tercermundista. Además, nuestros queridos tapiceros ambulantes, tan incomprensiblemente ubicuos, hacen un aprovechamiento privativo del espacio sonoro público sin pagar tasa alguna, así como un uso ilícito y abusivo de la vía pública al transitar a baja velocidad y entorpecer el tráfico.
¿Se imagina el lector que cualquier comerciante pudiera lanzarse a la calle, megáfono en mano, a publicitar sus productos y servicios? Si el tapicero se dedica a esta tradicional forma de spam urbano, ¿por qué no el pintor, el agrimensor, el payaso de circo, el corredor de bolsa, el ingeniero, el consultor, el odontólogo o incluso – no quiero dar ideas – el abogado? También podemos hacernos la pregunta al revés: ¿Por qué de entre las miles de actividades comerciales y mercantiles que existen, son los tapiceros los que más invaden nuestras calles y nuestros oídos?
La respuesta puede ser una mezcla de costumbre medieval, desidia ciudadana a la hora de denunciar e indolencia de las autoridades municipales a la hora de perseguir estas infracciones, que se consideran de bagatela.
Pero la pregunta que me reconcome y me sume en la tiniebla de la incomprensión es otra: ¿qué rayos es una descalzadora?
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